¿Será posible que nuestra eficacia para vivir en los más diversos ambientes se vea eclipsada y a la postre anulada, ante nuestra incapacidad de convivir los unos con los otros? Humberto Maturana
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De tantas ideologías creadas por los animales humanos, particularmente una, el antropocentrismo y sus derivados, ha sido la responsable de la crítica y angustiante situación del entorno y la extinción, sin compasión, de sus habitantes.
Verdaderamente el propósito de esta ideología es mantener la centralidad y la prioridad de la existencia humana a través de la marginalización y la subordinación de las perspectivas e intereses de toda la vida que no pertenezca a la esfera de los animales humanos. La principal característica del antropocentrismo requiere como requisito sine qua non el concepto de humanidad que a su vez tiene asignado el privilegio de crear y regular al entorno según sus standards (Weitzenfeld y Joy, 2014).
El antropocentrismo se identifica además por varios campos de acción, de los cuales se destaca el especismo y el carnismo, formando un conjunto sólido de destrucción.
La identificación más certera del antropocentrismo es su estructuración para el sacrificio de la vida en beneficio del interés antrópico. Centenas de años atrás Protágoras definió a esta ideología como “la medida de todas las cosas”, es decir la divinidad reproducida en los animales humanos que siendo los únicos poseedores de racionalidad, se constituyen motu proprio, en los administradores del orden natural.
Como toda idea para convertirse en ideología requiere de un sustrato académico, una amplia gama de teóricos, filosófos y teológos, se encargaron de darle cuerpo a la idea primigenia. El dualismo cartesiano, el monismo de Spinosa, la razón kantiana, el tomismo de Aquinas y sin duda las religiones monoteístas consolidaron el dominio del humano sobre el entorno, permitiendo de esta manera que fuera arrasado en nombre de la superioridad de los animales humanos.
Buen momento para recordar a Milan Kundera (1985) : “No hay certeza de que Dios realmente dio al hombre algún poder sobre las otras criaturas. Pero es más probable que de hecho fue el hombre que inventó a Dios para santificar su dominio sobre el caballo o sobre la vaca, que ya había usurpado.»
Aún con notables visos de antropocentrismo, en la actualidad y de forma manifiestamente gradual, la humanidad, sin reconocer explícitamente, ha “tomado nota” del problema global y en esta perspectiva se ha aventurado a proponer “fórmulas posibles” que intenten reparar la enorme destrucción producida.
No obstante no se visualizan ni en la actualidad ni en el futuro cercano, soluciones que no impongan la cuestión antropocentrista, lo que produce una enorme complicación, si el propósito de la humanidad fuera realmente rescatar el entorno. Se visualiza el problema pero se mantiene el principio de Protágoras.
En los recientes 500 años el proceso de destrucción de la biodiversidad y de la defaunación en la tierra, ha sido equivalente a los cinco procesos terminales anteriores al estado actual. En paralelo a la defaunación de especies nativas, se han introducido millones de especies exóticas domesticadas, destinadas a variados tipos de explotación y asesinato con fines comerciales. Este hecho, sobre el que la teoría de la sustentabilidad no manifiesta oposición, ha producido verdaderas cascadas de extinción de la vida feral, al ocupar con estas especies, los espacios primigenios de la vida silvestre.
Los animales humanos hemos intervenido de forma crítica el entorno, modificando la vida y sus relaciones. Hemos dividido el equilibrio natural produciendo la extinción del mundo feral y el mundo ictícola. Se han creado series de especies domesticadas, que se reproducen con el objeto único de ser asesinadas para comercializar en forma parcializada sus cadáveres – para consumo humano y para producir alimentos de “uso animal” – lo que se denomina explotación industrial; explotados para diversión de los animales humanos, “deportes”, exhibición – como acuarios donde las ballenas y los delfines son “adiestrados” para hacer el ridículo frente a grupos delirantes de animales humanos que liberan toda su química antropocentrista ante las figuras que deben hacer para sobrevivir a su esclavitud y las dramáticas actividades asesinas como la tauromaquia y otras “artes” que se practican sin pudor, algunas de las cuales han sido reconocidas como patrimonio cultural por organismos intergubernamentales, como es la práctica genocida de la tauromaquia.
Las cárceles – zoológicos a su vez, corresponden a campos de concentración de especies capturadas para generar la esclavitud sucesiva, cuyo mayor beneficiario son los comerciantes y los administradores representantes de un conocido lucro especista.
Los domesticados para la vida en una “comunidad de intereses”, con los animales humanos, son especies que tienen una extensa historia de pérdida de identidad a cambio de prestar servicios de compañía a los animales humanos y en innumerables casos, ser víctimas de las frustraciones y carencias de quienes los sostienen. Se les suele denominar “mascotas” y son las que con mayor intensidad son víctimas del antropocentrismo y el antropomorfismo y sin duda pertenecen al mundo de los más críticamente dependientes y los que menos posibilidades tienen de retornar a su estado natural.
La primera definición de “mascota” es persona, animal (no humano) o cosa que sirve de talismán, que trae buena suerte y sus sinónimos más conocidos son talismán, fetiche y amuleto, convirtiendo esa palabra en una real apología al antropocentrismo.
Un proceso similar ha ocurrido con las especies vegetales, víctimas de la deforestación masiva y la consecuente introducción de especies exóticas comercialmente productivas, con resultados fatales para la vida originaria. El antropocentrismo en el antropoceno perpetúa y profundiza la jerarquía de los animales humanos sobre el entorno.
Fuera del ámbito conceptual, la domesticación es un proceso que se comienza a desarrollar tempranamente